miércoles, 16 de febrero de 2011

El deporte nacional.

Hoy voy a hablar del deporte más practicado en nuestro país. Aunque no esté oficialmente reconocido ni aparezca en las páginas del Marca, la mayoría de los españoles lo practicamos (nos meteremos todos en el mismo saco, y que cada uno se salga como pueda, si es que puede). No se trata del fútbol, ni del baloncesto, ni siquiera del tenis. Se trata de la envidia.

Según la iglesia es uno de los siete pecados capitales. Yo no lo veo como un pecado. Sino como una virtud. Una característica humana innata en todos nosotros, y que con el paso del tiempo, al igual que las demás virtudes, destrezas, genética pura, se va manifestando y exteriorizando, en mayor o menor medida.

Así, ya desde muy pequeños, envidiamos lo que otros niños tienen, simplemente porque nosotros no lo tenemos. Esta envidia, es, digámoslo así, sana. No existe ninguna maldad en este tipo de reacción, es simplemente el querer algo que nos llama la atención y que no tenemos. Normalmente es un juguete o algo similar, y este sentimiento de envidia desaparece prácticamente en cuanto nuestros padres nos ofrecen otro objeto o simplemente, desaparece de nuestra vista porque el otro niño ya se ha ido.

Es cuando nos hacemos adultos cuando esa envidia se vuelve más peligrosa. Empezamos a envidiar a los demás, simplemente porque llevan una vida mejor, o porque consiguen un trabajo. O porque ganan mucho más dinero del que nosotros nunca ganaremos, o porque tienen una pareja más atractiva que la nuestra, o porque viven en casas mejores.

La envidia se alimenta y crece mucho más cuando se une a la crítica, normalmente la destructiva. Siempre criticamos al que envidiamos, e intentamos sacar todo lo negativo de esas personas que poseen más que nosotros. Pero no nos paramos a pensar cómo consiguieron todo lo que tienen.

Los deportistas, por ejemplo. ¿Quién no ha envidiado alguna vez a Messi o Cristiano Ronaldo, Michael Schumacher, Roger Federer o Pau Gasol? Son multimillonarios, llevan una vida de lujo, coches, casas, éxito en su profesión. No nos paramos a pensar que al igual que ellos, miles de niños empezaron en las categorías inferiores de algún equipo de fútbol de barrio, o conduciendo karts, o aprendiendo a jugar al tenis junto con otros niños, y que fueron destacando por sus cualidades físicas y técnicas. Nadie les regaló nada. Todo fue fruto de su trabajo y de sus capacidades innatas que les hacían destacar sobre sus compañeros. Y así lo siguieron haciendo en las categorías superiores, hasta llegar al lugar en el que están ahora. Quién sabe cuántos sacrificios tuvieron que hacer. Dejar a sus familias o hacer que se trasladasen a vivir en países diferentes al suyo, dejar de lado la educación superior…

El hecho de que cobren cifras estratosféricas no es culpa suya, es culpa de sus jefes, de los que mandan en los clubs más ricos del mundo. Obviamente hay muchísimos futbolistas, tenistas, deportistas en general que no llegarán a ese nivel, pero simplemente fue porque no destacaron por encima de sus compañeros, o no tuvieron esa “suerte” de tener el gen específico que determinara su superioridad respecto a otros.

También ocurre con otros profesionales, por ejemplo grandes empresarios, directores de bancos importantes. Están donde están porque destacaron, porque dieron el paso hacia delante que necesitaban cuando había que darlo. Porque arriesgaron y se endeudaron para crear un negocio que tras los años, y con mayor o menor sacrificio, dio sus frutos y hoy en día vemos sus productos en infinidad de países. Gente que a lo mejor empezaron vendiendo ropa en una pequeña tienda y hoy son dueños de las grandes marcas. Tuvieron visión de futuro, inteligencia y medios para poder avanzar.

Sin embargo, nosotros, el resto de los mortales, nos limitamos a decir “Qué suerte que tienen, con lo que cobran, la vida que llevan, y todavía se quejan. Ojalá me dieran a mí la mitad de lo que tienen”. Bueno, si nos paramos a pensar, no tenemos lo que ellos tienen no por suerte, sino porque no destacábamos cuando debíamos destacar. Nuestra mediocridad nos “condenó” a ser lo que somos, a cada uno le corresponde ser lo que es. Cada cual se forja su destino con las armas que cuenta. Si tienes muchas armas con las que luchar (véase genética, economía, inteligencia, etc.) tendrás más opciones de llegar más alto. Si no, tendrás que emplearte el triple para llegar a ser alguien. Este tipo de envidia nos hace ver al menos que estas personas tenían algo especial que les hizo llegar a la cúspide, algo que quizá nosotros no tuvimos en su momento, no destacábamos lo suficiente. Yo era más bien bajo, gordo, de familia numerosa de clase social media. Obviamente no iba ni para estrella del deporte, ni modelo publicitario, ni para inversor de capital en las petroleras de Oriente Medio. Poca cosa había que hacer.

Pero la envida se vuelve aún incluso más mezquina cuando se centra en las personas más cercanas a nuestro entorno. Los que nos rodean. Aquellos que consideramos “personas normales”. Envidiamos a los que tienen algo más que nosotros. Pero no porque lo tengan, sino porque nosotros no lo tenemos, y lo que es peor, y más común, que nunca podremos conseguir. Nos quejamos de que fulano trabaja como director de banco, o de lo bien que viven los profesores de universidad, o los controladores aéreos que trabajan muy poco y cobran mucho (aunque no sea del todo cierto), o los bomberos, o cualquier otro tipo de trabajo que no sea el que nosotros tenemos.

Son varios los motivos por los que sentimos envidia de este tipo de personas. Es fácil escuchar eso de que “¡los profesores sí que viven bien! 14 pagas, 3 meses de vacaciones al año, fines de semana libres, trabajan de 8 a 3 como mucho. Un trabajo así lo quiero yo también”. Tendríamos que preguntarnos, “¿Por qué no lo tengo?”.

Quizá porque no estudiaste cuando deberías haberlo hecho, porque dejaste de ir a la universidad cuando te salió otro trabajo, porque no te has preparado unas oposiciones porque las consideras un coñazo y “siempre entran los mismos”. O los controladores aéreos, “viviendo en un mundo paralelo, con sus sueldos de más de 200.000 euros, trabajando menos de 1.200 horas al año, mientras yo en la obra me parto la espalda y no llego a los 1.200 al mes trabajando 40 horas semanales”(según las palabras de nuestro gran salvador el Menestro José Blanco). Bueno, si hubieras estudiado en vez de meterte a trabajar de albañil (por ejemplo) con 16 años porque así tenías dinero para ahorrar y comprarte un Seat León y pasearte por tu pueblo los fines de semana mientras otros “pringaos” se dedicaban a encerrarse y partirse los cuernos para sacar los exámenes adelante, quizá ahora estarías en otra situación. A veces las circunstancias familiares no ayudan, porque se necesita una ayuda económica extra en casa y el niño tiene que dejar los estudios para aportar un salario más en la casa para poder subsistir.Es entendible. Pero aún así, no es culpa de aquel que ha estudiado y se ha currado lo suyo para llegar a donde está, y no tenemos derecho a criticarlo.

No tenemos derecho a envidiar ni a quejarnos de lo que tienen otros, cuando nosotros, si hubiéramos puesto de nuestra parte, podríamos haber llegado a tenerlo. No estoy hablando de llegar a jugar de titular en el F.C. Barcelona o pilotar un Ferrari.

No tenemos ni derecho ni razón cuando criticamos a los demás por tener un buen salario, unas buenas condiciones laborales o un coche mejor que el nuestro. Lo único que tenemos derecho a hacer es preguntarnos por qué nosotros no lo tenemos, y cuáles son las causas que nos han llevado a donde estamos ahora y qué debíamos haber hecho para no estar en nuestra situación. Y, en la mayoría de los casos, la respuesta es la misma. Estudiar y trabajar duro para labrarse un futuro mejor. A ningún profesor, juez, notario, cirujano o controlador les han regalado su puesto de trabajo ni sus condiciones. Todos han tenido que estudiar duro, trabajar aún más duro, superar muchas pruebas para llegar donde están.

Me hace mucha gracia cuando voy a mi pueblo y la gente me dice “¿Qué pasa Controlador? ¡Qué bien que vives, qué suerte tienes!!”. Aunque sé que me lo dicen sin malicia ninguna (en muchos casos), hay algunos que no saben o no quieren saber que mi trabajo me ha costado, que desde que tenía 15 años es la meta que me fijé. Que no me han dado la licencia así por mi cara bonita, ni porque les caía bien ni porque me ha tocado la lotería. Muy poca gente ha visto las horas de estudio para aprender inglés tanto en la universidad como en las academias, ni el dejar mi casa y la universidad para pedir un crédito al banco e irme a trabajar de azafato de vuelo a Londres para mejorar mi inglés en una compañía de bajo coste con un salario ínfimo, ni el irme de Au Pair a cuidar a dos niños un par de meses a cambio de casa y comida (y a su vez repartía panfletos de propaganda por Bournemouth para sacarme un poco de dinero) hasta que empecé el curso de controlador, ni los 11 meses de curso intensivo en el que si suspendes un examen vas a la calle, ni 18 meses de prácticas en los que aprendes a controlar de verdad y tienes que superar muchas pruebas y hacerlo todo bien porque si no te echan a la calle. Todo eso contando además con vivir en otro país, completamente sólo, con tu familia en España y tu novia en Italia, y cobrando un salario con el que sobrevivir, justamente. Y ahora vas y me dices que qué suerte tengo, ¿no?.

Y al igual que yo, miles y miles de personas que se han pegado años y años estudiando para unas oposiciones de maestro, profesor, jueces, registradores de la propiedad, etc, personas que por sus aptitudes y sobre todo su actitud, avanzaron, crearon, innovaron y se forjaron un futuro laboral que les permite disfrutarlo en el presente. Personas que fueron al colegio, al instituto, y luego a la universidad. Algo que hoy en día todos pueden hacer si quieren.

Por eso, no tenemos derecho a quejarnos ni a criticar a este grupo de profesionales “mortales”. Y si los envidiamos, sólo estamos reconociendo nuestro fracaso como personas, ya que si hubiéramos puesto algo más de nuestra parte, si hubiéramos escogido un camino más difícil en la vida para llegar a una meta más alta, estaríamos hoy donde están ellos.

En fin, sólo os pido que reflexionéis un poco cuando pensemos en alguien con cierto nivel de envidia y en vez de envidiar lo que tienen, pensemos un poco en por qué no las tenemos nosotros.

Un saludo, blogeros!

1 comentario:

  1. De acuerdo con todo lo que dices. En España, la envidia es ciertamente el deporte nacional y el ministro Blanco lo sabe perfectamente y sabe cómo sacarle el máximo partido.

    Un saludo,
    IP

    ResponderEliminar